Por Juan Burgos Barrero – Periodista
La publicación de la obra póstuma de García Márquez, “En agosto nos vemos” ha desatado una gran controversia y cierta polémica respecto a si debería haber salido a la luz, teniendo en cuenta la voluntad expresa del escritor de que no valdría la pena su publicación.
Ha levantado una ligera polvareda, cuando no alguna que otra suspicacia, el comprobar que la publicación de dicha obra, decisión exclusiva de sus hijos Rodrigo y Gonzalo, se haya realizado en 2024 posteriormente al fallecimiento de la madre de ambos, acaecido en agosto de 2020. De tal manera, resulta dudosa la motivación por publicar la obra en cuanto a si ha existido un interés meramente económico o únicamente sentimental…a ambos, quizás.
La decepción y la frustración son enormes, después de haber recreado su grandiosa obra; pero quienes conocen las circunstancias en las que se escribió, recordarán más al escritor por su inmensa vida y obra. La crítica ha arremetido furiosamente contra sus dos hijos, artífices de la publicación de esta, a pesar de la sentencia del padre al decirles: «Este libro no funciona, debe ser destruido». Sin embargo, también les dejó dicho: «Cuando yo no esté haced lo que les dé la gana», algo que tendría sentido y justificaría la decisión de sus hijos por publicar la novela. A decir de su editor, García Márquez se había negado a publicar la novela, alegando que ya no necesitaba publicar más. El Nobel colombiano había terminado su borrador a finales de 2004, a sus 77 años, cuando ya comenzaba la flaqueza de lo que había sido una gloriosa memoria, su fuente material y su herramienta, como había dicho a sus hijos. Aquella que le habría permitido en algún momento declarar: «la vida no es lo que uno vive, sino lo que recuerda», así reza el epígrafe de sus memorias «Living to Tell the Tale» (2002).
Sus descendientes, quizás con la intencionalidad de rescatar algo perdido y como fruto de un sentimiento que validase el hecho de no dejar morir a su padre, manifiestan en una nota en la obra: «En agosto nos vemos” “… es el fruto de un último esfuerzo para seguir creando contra viento y marea». Señalan que las debilitadas facultades le impidieron terminar el libro a su estilo y manera, pero que no deja de ser una buena obra.
El capítulo uno lo leyó en público, está completo, perfecto, al estilo del escritor. Dejó a un lado la elaboración de la novela para centrarse en la obra “Memoria de mis putas tristes”, la que, por entonces, creía ser su novela final.
Se trata de una pequeña novela en la que aparece Ana Magdalena Bach en el centro de la historia, mujer virgen que se casa y permanece tranquila y fiel a su marido, hasta que a los 46 años incursiona sorpresivamente en aventuras amorosas una noche cada año. Ana conoce hombres durante misteriosas visitas a la isla caribeña donde yace enterrada su madre.
Cada 16 de agosto Ana deposita gladiolos frescos sobre la tumba, quita la maleza e informa a su madre de las últimas novedades familiares. La madre viajaba a la isla por algún negocio, aunque debió haber tenido una relación, sin embargo, “Gabo” no alcanza a revelarla. Ella busca su propia identidad, ha llevado una vida muy convencional con su esposo e hijos, pero siente un vacío, no ha vivido una vida real en tanto ha sido fiel a las reglas sociales y familiares. Ahora explora lo que antes le fue prohibido; está descubriendo a escondidas la vida, se siente sola. La hija se quiere meter a monja, pero tampoco llega a explicar por qué. La contradicción entre memoria y enfermedad mental interrumpe el curso de los acontecimientos narrados.
La lectura de “En agosto nos vemos” es un halo que nos recuerda al autor y su obra y la conexión con los sucesos de la novela es como la entrada al hogar, a un espacio “garciamarquiano” tan acogedor gracias a su talento y lenguaje caribeño. Es ver cómo poco a poco, con el traje de lino blanco y la típica guayabera, va hilvanando la identidad latinoamericana con sus frases elocuentes de su prosa literaria. Es seguir sintiendo su aguda mirada sobre los acontecimientos que generan una particular visión del mundo y el amor, que nos ha enamorado desde su novela más famosa: “Cien años de Soledad” (1967)
Coincido, al igual que muchas otras personas, en que no es la mejor novela del autor, ya que no pudo completarla debido a sus diversos achaques de salud y principios de demencia senil. No obstante, ello no le resta curiosidad literaria alguna; en definitiva, de no haber salido a la luz pública, no nos hubiésemos podido deleitar, a pesar de las insuficiencias de la obra, con esta posibilidad real de reencontrarnos, una vez más, con otra de sus creaciones.
Es una obra inacabada, aunque tiene final. Solo que no alcanzó la revisión a la manera tan apasionada y minuciosa a la que nos tiene acostumbrados: añadiendo y eliminando vocablos, corrigiendo frases y párrafos, intercalando nuevas ideas… buscando, en definitiva, acercarse a las puertas de una hipotética perfección que, un enorme escritor como él, de tan reconocida talla y valía, poseía como nadie.
La obra terminada y revisada hubiera sido distinta. De todas formas, merece la pena que haya sido publicada para, así, poder disfrutar de su lectura. En sus líneas se encuentra incrustado y más vivo que nunca el espíritu del Nobel colombiano, junto a todo su torrente de mágica e hipnotizante fuerza creadora, todo lo que sus seguidores deseábamos volver a revivir de nuevo.